20130629

Una noche en el piso 100 de la torre Willis

evidentemente no todo será como lo cuentan, pero lo cierto es que hay un abismo entre hispanistán y cualquier otro país que se considere desarrollado..


Una noche en el piso 100 de la torre Willis

Debido a ciertos últimos acontecimientos, que es mejor no mentar, se me viene a la cabeza una historia que me ocurrió recientemente en un viaje a Chicago. Contextualizo. Motivo del viaje: Feria BIO 2013 (para el que no lo sepa, la mayor feria biotecnológica del mundo, que se celebra, cómo no, en Estados Unidos). Tras un día plagado de reuniones de partnering (estilo bar de citas cara a cara, pero para hacer negocios), nos invitaron (a mi compañera de trabajo y a mí) a una recepción del estado de Nueva Jersey en el piso 100 del edificio más alto de Chicago, el Willis. Fuera del recinto ferial la lluvia caía con fuerza, intentando desanimarnos de asistir a la recepción (el hotel calentito era mucho más sugerente que prolongar la jornada de trabajo un par de horas más). El tiempo se nos echó encima, por lo que tuvimos que volar por la feria camino de un autobús que perdíamos mientras los estands comenzaban a cerrar. Atravesamos corredores del interior del McCormick Place, subimos y bajamos escaleras mecánicas que nos condujeron hasta un pequeño muelle donde nos esperaba un autobús que ya cerraba sus puertas. Nos arrojamos dentro. Allí, nos esperaban tres personas del equipo de Choose New Jersey, una iniciativa del Gobierno de este estado para captar empresas extranjeras (o americanas) para implantarse en Nueva Jersey. Fueron amables desde el principio. Preguntaron a qué nos dedicábamos, si teníamos intención de dar el salto, si nos gustaría instalarnos en su estado. El viaje se hizo largo, a pesar de que la lluvia nos entretenía chocando violenta contra los cristales, mientras divisábamos afuera una ciudad brumosa y gris.

La Torre Willis (antes Sears) se abría sobre un enorme hall acristalado. El ascensor voló veloz hacia el piso 100. Salimos, cruzamos el distribuidor y entramos en la recepción. Los invitados iban acercándose uno a uno presentándose, intercambiando tarjetas, describiendo los respectivos negocios con el clásico elevator pitch, como si de una letanía se tratase. En un momento dado, alguien me cogió del brazo y me acercó a una señora que yo no conocía:

—Te presento a la gobernadora Kim Guadagno —me dijo, y comenzamos a intercambiar frases amables.

—Disculpa —indicó ella— no hablo español —y continuamos la conversación en inglés. Le expliqué nuestro negocio, algunas inquietudes, unos pocos anhelos.

—… pero somos una empresa pequeña —le dije.

—Por ahora —me contestó.

Al poco rato continuó su ronda, interesándose por los demás invitados. Desde los ventanales de la sala solo se podía ver el interior de la nube que envolvía la torre. En algún momento de la noche alguien hizo tintinear un vaso anunciando que la gobernadora diría unas palabras antes de la cena. Fueron diez minutos deliciosos, y no pude más que intercambiar miradas de complicidad con mi compañera, mientras aquella mujer relataba el decálogo que todos los emprendedores científicos tienen metido en la cabeza. Nos explicó que en su estado están 14 de las 20 principales farmacéuticas del mundo, y que se puede ir de una a otra “andando, sin coger un avión”. “Es el único sitio del mundo en que esto pasa”, concluyó. “Tenemos más científicos e ingenieros por milla cuadrada que en ningún otro lugar del planeta”, pronunció orgullosa. Siguió el discurso. Nos contó que la empresa farma mueve anualmente en su estado 58 billones americanos de dólares, algo más de 43.000 millones de euros, y que la mayoría se debe a la inversión en ciencia y tecnología, que aúna los esfuerzos de las grandes universidades (¿les suena Princeton?), las grandes farmas, las pequeñas y medianas biotecs, los hospitales, y por supuesto el Gobierno del estado, que se reúne todos (sí, he dicho todos) los jueves para “solucionar problemas” con las biotec, farmas, centros hospitalarios y universidades. En un alarde de americanidad, la gobernadora espetó al público: “¡Que levante la mano el que no tenga mi número de móvil personal!”. Tracey, su mano derecha, sonreía y asentía a su lado, mientras sus ojos chispeaban culminando un voluminoso cuerpo negro. Contó algunas anécdotas más, como aquella vez que intentaron traerse una empresa suiza pero les ganó Pensilvania por la mano. Pero esperaron su oportunidad, y cuando esa empresa tuvo necesidad de crecer, consiguieron llevársela a Nueva Jersey ofreciéndoles nuevos laboratorios. Acabó. Me quedé en silencio, anonadado. Siguió el baile de presentaciones. Empresarios, profesores de universidades públicas y privadas, personal del Gobierno del estado, médicos… De repente apareció, como salido de la nada, un tipo pequeño y musculoso, esbozando una gran sonrisa.

—Me llamo Eddy —dijo en castellano—, soy de Guatemala, me manda la gobernadora para que hable con ustedes.

Y hablamos. Sobre lo que necesitábamos para instalarnos allí. Él preguntaba, nosotros asentíamos.

—¿Necesitan instalaciones? —preguntó.

—Sí —respondimos nosotros.

—¿Acceso a capital?

—Sí.

—¿Conexión con las universidades?

—Sí.

—¿Con hospitales?

—Sí.

—¿Eventos de networking?

—Sí.

—¿Tienen hijos?

—Sí —dijimos nosotros.

—Nueva Jersey es su sitio entonces, tenemos las cuatro estaciones, los mejores colegios, playas, lo que necesiten. Les va a encantar —concluyó.

Mi amigo Ángel me cuenta que ellos ya han instalado una empresa allí, y que Eddy es como parece, un buen tipo y muy dispuesto. Y que lo que cuentan es verdad.

Siguió la noche. Cenamos. Hubo otro speech. Un concurso sobre cubos de Rubik. Algunas risas. Bastantes sorpresas que otro día contaré.

Un par de horas después bajábamos en el ascensor hacia el séptimo círculo. Salimos a la calle. Cogimos un taxi amarillo bajo la lluvia eterna. Volamos hacia el hotel atravesando la ciudad oscura y desierta.

No solo fue el estado de Nueva Jersey. Los días sucesivos fuimos tentados por personal de Maryland, Carolina del Norte, Massachusetts…

Días más tarde mi avión aterrizaba en el pequeño aeródromo de Granada. Subí a mi coche. Encendí la radio. Las noticias de siempre. “Superamos el umbral de los seis millones de parados”, vomitó el locutor. Llegué a casa, ya triste. Desilusionado de nuevo. Rememorando la pobre España de Larra, de Baroja, de Unamuno, tan parecida a esta. Siempre volvemos a don Miguel. “Me duele España”, decía. A mí también. Pero yo tengo algún achaque más.

Esta mañana he ido al médico —Empezó por dolerme Granada —le he dicho— pero luego el dolor subió hasta Andalucía, y desde hace unos meses me duele España entera… Doctor, ¿tiene arreglo?

No hay comentarios: