evidentemente no todo será como lo cuentan, pero lo cierto es que hay un abismo entre hispanistán y cualquier otro país que se considere desarrollado..
Una noche en el piso 100 de la torre Willis
Debido a ciertos últimos acontecimientos, que es mejor no mentar, se me
viene a la cabeza una historia que me ocurrió recientemente en un viaje a
Chicago. Contextualizo. Motivo del viaje: Feria BIO 2013 (para el que
no lo sepa, la mayor feria biotecnológica del mundo, que se celebra,
cómo no, en Estados Unidos). Tras un día plagado de reuniones de
partnering (estilo bar de citas cara a cara, pero para hacer negocios),
nos invitaron (a mi compañera de trabajo y a mí) a una recepción del
estado de Nueva Jersey en el piso 100 del edificio más alto de Chicago,
el Willis. Fuera del recinto ferial la lluvia caía con fuerza,
intentando desanimarnos de asistir a la recepción (el hotel calentito
era mucho más sugerente que prolongar la jornada de trabajo un par de
horas más). El tiempo se nos echó encima, por lo que tuvimos que volar
por la feria camino de un autobús que perdíamos mientras los estands
comenzaban a cerrar. Atravesamos corredores del interior del McCormick
Place, subimos y bajamos escaleras mecánicas que nos condujeron hasta un
pequeño muelle donde nos esperaba un autobús que ya cerraba sus
puertas. Nos arrojamos dentro. Allí, nos esperaban tres personas del
equipo de Choose New Jersey, una iniciativa del Gobierno de este estado
para captar empresas extranjeras (o americanas) para implantarse en
Nueva Jersey. Fueron amables desde el principio. Preguntaron a qué nos
dedicábamos, si teníamos intención de dar el salto, si nos gustaría
instalarnos en su estado. El viaje se hizo largo, a pesar de que la
lluvia nos entretenía chocando violenta contra los cristales, mientras
divisábamos afuera una ciudad brumosa y gris.
La Torre Willis (antes Sears) se abría sobre un enorme hall acristalado.
El ascensor voló veloz hacia el piso 100. Salimos, cruzamos el
distribuidor y entramos en la recepción. Los invitados iban acercándose
uno a uno presentándose, intercambiando tarjetas, describiendo los
respectivos negocios con el clásico elevator pitch, como si de una
letanía se tratase. En un momento dado, alguien me cogió del brazo y me
acercó a una señora que yo no conocía:
—Te presento a la gobernadora Kim Guadagno —me dijo, y comenzamos a intercambiar frases amables.
—Disculpa —indicó ella— no hablo español —y continuamos la conversación
en inglés. Le expliqué nuestro negocio, algunas inquietudes, unos pocos
anhelos.
—… pero somos una empresa pequeña —le dije.
—Por ahora —me contestó.
Al poco rato continuó su ronda, interesándose por los demás invitados.
Desde los ventanales de la sala solo se podía ver el interior de la nube
que envolvía la torre. En algún momento de la noche alguien hizo
tintinear un vaso anunciando que la gobernadora diría unas palabras
antes de la cena. Fueron diez minutos deliciosos, y no pude más que
intercambiar miradas de complicidad con mi compañera, mientras aquella
mujer relataba el decálogo que todos los emprendedores científicos
tienen metido en la cabeza. Nos explicó que en su estado están 14 de las
20 principales farmacéuticas del mundo, y que se puede ir de una a otra
“andando, sin coger un avión”. “Es el único sitio del mundo en que esto
pasa”, concluyó. “Tenemos más científicos e ingenieros por milla
cuadrada que en ningún otro lugar del planeta”, pronunció orgullosa.
Siguió el discurso. Nos contó que la empresa farma mueve anualmente en
su estado 58 billones americanos de dólares, algo más de 43.000 millones
de euros, y que la mayoría se debe a la inversión en ciencia y
tecnología, que aúna los esfuerzos de las grandes universidades (¿les
suena Princeton?), las grandes farmas, las pequeñas y medianas biotecs,
los hospitales, y por supuesto el Gobierno del estado, que se reúne
todos (sí, he dicho todos) los jueves para “solucionar problemas” con
las biotec, farmas, centros hospitalarios y universidades. En un alarde
de americanidad, la gobernadora espetó al público: “¡Que levante la mano
el que no tenga mi número de móvil personal!”. Tracey, su mano derecha,
sonreía y asentía a su lado, mientras sus ojos chispeaban culminando un
voluminoso cuerpo negro. Contó algunas anécdotas más, como aquella vez
que intentaron traerse una empresa suiza pero les ganó Pensilvania por
la mano. Pero esperaron su oportunidad, y cuando esa empresa tuvo
necesidad de crecer, consiguieron llevársela a Nueva Jersey
ofreciéndoles nuevos laboratorios. Acabó. Me quedé en silencio,
anonadado. Siguió el baile de presentaciones. Empresarios, profesores de
universidades públicas y privadas, personal del Gobierno del estado,
médicos… De repente apareció, como salido de la nada, un tipo pequeño y
musculoso, esbozando una gran sonrisa.
—Me llamo Eddy —dijo en castellano—, soy de Guatemala, me manda la gobernadora para que hable con ustedes.
Y hablamos. Sobre lo que necesitábamos para instalarnos allí. Él preguntaba, nosotros asentíamos.
—¿Necesitan instalaciones? —preguntó.
—Sí —respondimos nosotros.
—¿Acceso a capital?
—Sí.
—¿Conexión con las universidades?
—Sí.
—¿Con hospitales?
—Sí.
—¿Eventos de networking?
—Sí.
—¿Tienen hijos?
—Sí —dijimos nosotros.
—Nueva Jersey es su sitio entonces, tenemos las cuatro estaciones, los
mejores colegios, playas, lo que necesiten. Les va a encantar —concluyó.
Mi amigo Ángel me cuenta que ellos ya han instalado una empresa allí, y
que Eddy es como parece, un buen tipo y muy dispuesto. Y que lo que
cuentan es verdad.
Siguió la noche. Cenamos. Hubo otro speech. Un concurso sobre cubos de
Rubik. Algunas risas. Bastantes sorpresas que otro día contaré.
Un par de horas después bajábamos en el ascensor hacia el séptimo
círculo. Salimos a la calle. Cogimos un taxi amarillo bajo la lluvia
eterna. Volamos hacia el hotel atravesando la ciudad oscura y desierta.
No solo fue el estado de Nueva Jersey. Los días sucesivos fuimos
tentados por personal de Maryland, Carolina del Norte, Massachusetts…
Días más tarde mi avión aterrizaba en el pequeño aeródromo de Granada.
Subí a mi coche. Encendí la radio. Las noticias de siempre. “Superamos
el umbral de los seis millones de parados”, vomitó el locutor. Llegué a
casa, ya triste. Desilusionado de nuevo. Rememorando la pobre España de
Larra, de Baroja, de Unamuno, tan parecida a esta. Siempre volvemos a
don Miguel. “Me duele España”, decía. A mí también. Pero yo tengo algún
achaque más.
Esta mañana he ido al médico —Empezó por dolerme Granada —le he dicho—
pero luego el dolor subió hasta Andalucía, y desde hace unos meses me
duele España entera… Doctor, ¿tiene arreglo?
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