Así habló Cicerón: El cuento del emprendedor
Tradicionalmente montar una empresa en España era un procedimiento largo
y desquiciante, que requería docenas de trámites burocráticos. Por
suerte, los poderes públicos, en su objetivo de fomentar el
emprendimiento, han hecho cambios legales y ahora montar una empresa en
España es un procedimiento largo y desquiciante que requiere docenas de
trámites burocráticos. Además, se han abierto lugares como los viveros
de empresa: grandes espacios diáfanos con mesas y wi-fi para que los
emprendedores puedan trabajar.
Últimamente me estoy pasando mucho tiempo en uno de esos viveros. Y les
veo. Son los emprendedores, los empresarios del futuro, los que van a
tirar del carro de este país y lo van a poner en primera línea, los que
van a crear empleo para todos. Qué bonito discurso. El problema es que
uno mira a las personas de las que se está hablando y deja de creérselo.
Les ves comiendo de tuppers, hablando de miserias, tirándose horas en
el vivero, buscando hacer movimientos conservadores para no quedarse en
bragas… y sabes que no estás ante la futura clase empresarial. Estás
ante curritos.
Curritos, sí. Trabajadores, con mentalidad de trabajadores y recursos de
trabajadores. No están ahí porque tengan una idea original y quieran
aportar valor añadido al país mediante su explotación lucrativa: están
ahí porque tienen 50 años, les han despedido, no encuentran nada y se
están desesperando. Asimilan a duras penas la neolengua empresarial que
adquieren en los cursos gratuitos y se lanzan a ver si ganan algo de
dinero y no pierden lo poco que pueden invertir. ¿Qué empresas van a
montar estas personas? ¿Qué habrá de original en ellas? ¿Cuántas de
ellas sobrevivirán tres años?
El cuento del emprendimiento es la sublimación de la explotación, su
estadio superior. Primero fueron los contratos temporales fraudulentos,
luego las ETT, después los becarios, más tarde los falsos autónomos y,
finalmente, los emprendedores. Aquí se alcanza el sueño dorado del
capitalismo: la autoexplotación, el hecho de que sea el trabajador quien
se explote a sí mismo. Es sencillo: o trabajas doce horas diarias para
poder satisfacer una demanda exigente o te hundes. No tienes a nadie a
quien reclamar, ningún empresario al que demandar y ninguna Inspección
de Trabajo a la que acudir, porque nadie te está explotando: tú mismo
estás decidiendo libremente que prefieres no dormir a no comer.
Este es el modelo que viene: pequeñas empresas, de cuatro o cinco
trabajadores, dejándose los cuernos para competir. ¿Dije sueño dorado?
Ahora digo sueño húmedo. ¿Trabajadores sin sueldo? Los tienes: como son
empresarios, al principio asumen que no hay ganancia. ¿Trabajadores sin
derechos laborales? Los tienes, porque no son trabajadores.
¿Trabajadores explotándose entre sí? Los tienes, cuando contratan a otro
currito para cualquier cosa y se creen algo. ¿Trabajadores sin asociar
o, incluso, asociándose en patronales después de haber asimilado toda la
retórica? Los tienes, tío, claro que los tienes.
¿Cómo se soluciona esto? Pues sólo veo un camino: que los emprendedores
dejen de creerse el cuento, asuman su condición de trabajadores y se
organicen como tales. Por supuesto, esta solución es, hoy en día en
España, ciencia ficción. Por lo tanto, no hay nada que hacer: gloria al
nuevo modelo de explotación.
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